La abuela, Ramón, las gafas, el iPhone, las llaves…


Hoy he vuelto a perder por unos instantes el iPhone… y ya van dos.

La primera vez sucedió en un parque de Jaén donde habíamos tomado algo. Dejé el teléfono en el banco sobre el que estábamos sentados y… allí se quedó. Cuando llegamos a la otra parte de la ciudad me percaté del olvido y en 1/3 de lo que abíamos tardado en bajar subimos. El móvil ya no estaba así que empezamos a buscarlo como locos preguntando a las personas que nos encontrábamos en las inmediaciones. Eran más de las 3 de la madrugada por lo que había poca gente a la que preguntar.

Recordé que en el banco de enfrete había varios barrenderos cuando nosotros nos habíamos ido, y como dejamos un litro en nuestro banco intuí que el propio barrendero habría cogido el teléfono al retirar la botella. Mis amigos empezaron a llamar a mi número para que sonara en el bolsillo de quién lo tuviera, pero no dio resultado. Finalmente encontramos a los barrenderos en una plaza contigua y sorprendentemente uno, de nombre Pascual, lo tenía bajo su chaqueta y no dudó un instante en devolvermelo.

Hoy lo he vuelto a dejar olvidado en la cafetería donde suelo desayunar. Cuando ya me encontraba en el trabajo he notado su ausencia y tan pronto he podido he vuelto rezando para que allí siguiera. Y sí, allí lo tenía guardado la camarera.

Lo de las gafas es otra de las que me ha pasado varias veces. Suelo meterme a bucear en la playa con las gafas de sol… y las gafas se me suelen caer y perderse entre la arena y el mar (sí, ya sé que las gafas de sol no son para bucear). Por suerte… también como siempre y tras una ardua búsqueda han aparecido.

Otra anécdota curiosa ocurrió este verano en Punta Umbría. En este caso perdí las llaves del coche con el bonito llavero de Ralph Lauren que un grupo de amigos me habían regalado para mi cumpleaños. Se me debieron caer del bañador por un agujero que tenía el bolsillo y cuando fuimos a coger el coche para comprar algo de cena buscamos las llaves por toda la casa, revolvimos maletas y habitaciones y allí no hubo ni rastro de ellas. Preguntamos al portero del edificio, pero nadie se las había dejado… miramos bien por la calle, pero tras varias horas allí ya no había nada. Nos fuimos a la playa y dejé todo en manos de mis «ayudantes» porque nosotros ya poco podíamos hacer. Al final, algunas horas después, pasamos por delante del cuartel de la guardia civil y preguntamos por si alguien las había dejado allí y… ¡premio! las llaves aparecieron.

Y como estás… muchas otras. El post de hoy va como agradecimiento a la abuela, a Ramón, y a esos amigos que cuando se me pierde algo no dudan en rezar para que aparezca. Sin duda, de ahí proviene mi «suerte» que es como algunos la llaman. Por supuesto, también lo dirijo a esas buenas personas que aún quedan en el mundo.

Por cierto, que Ramón también es un fiel y cualificado aparcacoches, aunque eso lo dejo para otro post.

Anuncio publicitario

Un comentario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s