Enamórate y no le dejarás


Hoy toca tema peliagudo. Hablamos de religión, de Dios, de la Virgen. Hablamos de cosas que «no se suelen decir», por lo menos tan abiertamente.

El otro día el cura decía en la homilía que teníamos que dejar de ser cristianos de domingo, cristianos cuya relación con Dios, en condiciones normales, pasaba por asistir a la Santa Misa cada 7 días, a veces incluso racaneando ese rato que le dedicamos buscando la Misa más corta, aunque para llegar a ella tardemos el doble. Sí, un poco incoherente si que es.

Hablaba con un amigo sobre esas personas que van a Misa los domingos incluso por «tradición familiar» o por «evitar disgustos con sus padres». Ir a Misa por obligación o por cumpli-miento es sinónimo de que antes o después dejarás de ir. Mi amigo defendía la actitud diciendo que por lo menos un rato a la semana se ponen «a tiro» de que el Señor los mueva a cambiar. Es verdad, mejor que desconectar y perder todo contacto con la Iglesia si que es, aunque quizá también sería mejor que sus amigos hablásemos con ellos y le dijésemos los motivos por los que nosotros vamos, incluso cuando podemos, entre semana.

No, no es fácil hablar de esto. A ver, menganito, siéntate aquí que me vas a contar el porqué de tu desinterés hacia Dios… Pues no, mal empezamos así. También es verdad que es un tema que por vergüenza y respetos humanos cuesta sacarlo durante un café tranquilo entre dos. Sí, incluso con tus mejores amigos a veces cuesta hablar de esto.

Quizá escribiéndolo sea más fácil decirlo, quizá así llegue a más gente a la vez… quizá así sea más fácil sacar el tema cuando encarte. Pero bueno, yo no he venido ha convencer a nadie de nada, simplemente a dar razones de por qué querer al Señor merece la pena y de por qué seguirle es la mejor forma de encontrar la felicidad.

Y es que no es difícil tratar al Señor de tú cuando se está cerca de Él y cuando se le baja del pedestal para situarlo a nuestro lado. Pues sí, esto os puede chocar pero… ¿por qué no ver y tratar a Dios como un colega más? Perdón, ¿por qué no como a uno de nuestros mejores amigos?

Me paro y pienso lo que escribo. Le pongo cara a uno de mis mejores amigos. Pienso en cómo le trato, qué me gusta hacer con él, qué le quitaría o qué le pondría. Me pregunto donde está ahora, qué estará haciendo, cuándo podremos sacar un hueco para tomar unas cañas. Me pregunto si le pidiera aquel favor me lo podría hacer, pienso en la última vez que le di las gracias por algo, si he correspondido a sus detalles, si he estado pendiente de sus necesidades, si me he preocupado por sus problemas. Y me acuerdo de los últimos planes que hemos hecho juntos, de las buenas risas, de los próximos que haremos.

Y una vez hecho esto, ahora hago lo mismo con Dios, o mejor con Jesús que es un personaje más cercano y del que conocemos mejor su vida. Y me lo imagino como debía ser sabiendo que me lo puedo imaginar como me de la gana. Y pienso en los planes que haría si estuviera aquí en esta oficina, y qué cosas me gustaría contarle o sobre que aspecto le pediría consejo. Y también pienso si podría pedirle algún favor, si tengo algo que agradecerle, le pregunto si puede estar un poco molesto por algo que haya hecho. Y puedo pensar muchas más cosas, pero prefiero pensar, ¿y por qué no lo hago? Y entonces pienso que la gente que lea esto me llamará loco, que pensarán que como voy a hablar con Dios de estas cosas, que como voy a pensar que está aquí a mi lado… y si les digo que incluso cuando comulgas lo recibes con Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad entonces además de loco me tacharán de «animal».

Pero amigos, esta es la realidad. La realidad es que Jesús fue un personaje de carne y hueso como nosotros, que vivió hace poco más de 2000 años. Es el personaje del que más se ha escrito en este tiempo y del que más testimonios nos siguen llegando a día de hoy. Jesús vino a dejarnos un modelo de vida no sólo para que llegásemos a Su casa cuando nos llame sino que también nos dejo la «receta» para que fuésemos muy felices, con Él, aquí en la tierra. Y además nos lo puso un poco difícil porque todos sabemos que lo que merece la pena, cuesta.

Entre otras cosas cuesta porque necesitamos la fe para que esto sea posible, y la fe es algo que ni se compra ni se vende, ni se consigue leyendo, ni hablando con tus amigos o con un cura. La fe se la da el Jefe a quién Él quiere, a quien se la pide humildemente y de corazón. Y por esta razón la fe es como una llama que lo mismo que está encendida se puede apagar, o que estando apagada puede volver a prender. La fe hay que cuidarla, hay que cultivarla todos los días porque quizá lo peor que a un cristiano le pueda pasar sea que pierda su fe a base de pequeños y cotidianos descuidos.

Perder la fe en Cristo es fácil si nuestra relación con Él cada vez se basa en menos, si es nuestro comodín sólo para cuando lo necesitamos, si cuando Él nos pide un poco más nosotros empezamos a racanearle con un «¿es qué no tienes ya bastante?». Pues no, ¿cómo va a tener bastante el que nos ha dado todo? ¿Qué es lo mejor que ha hecho nuestra novia, nuestros padres o nuestro mejor amigo por nosotros que Él no haya hecho? Es más, ¿cuándo Él nos ha fallado? Una cosa es que no entendamos la muerte, el sufrimiento o las penurias de los que nos rodean o las nuestras propias… pero otra cosa es que eso que ocurre no sea para bien. No, sigo sin estar loco. ¿Acaso cuando un padre regaña o da un cachete a su hijo es porque quiere lo peor para él? O acaso cuando nuestra madre nos guardaba las lentejas para la cena y para el desayuno hasta que nos las comíamos ¿era por hacernos la puñeta? Quizá no entendíamos nada, pero ¿a qué ahora sí? Pues con Dios pasa igual solo que para entender ciertas cosas quizá haya que esperar mucho, o quizá nunca en la tierra las entendamos… pero a mí no me cabe duda que «omnia in bonum», que todo lo que ocurre es para bien.

Otras veces cuesta tratar a alguien como Él porque es alguien que exige mucho y al que cuanto más le das más te pide. Pero ¿esto mismo no nos ocurre con nuestra novia también? Cuántas veces por ella somos capaces de hacer cualquier cosa? Pues cuanto más por Él, que además siempre nos corresponde con el ciento por uno.

Todo esto no es fácil, que no, que ya lo sé. Pero se puede, y merece la pena porque tan solo se trata de enamorarse. Y para enamorarse de alguien hace falta trato, mucho trato. Como siempre recomiendo, piensa en «humano» y aplícalo a lo «divino». ¿Cómo nació tu relación con esa chica o con ese amigo al que tanto quieres? Y, ¿cómo maduró esa relación? Pues haz lo mismo con Él.

Empieza por tratarlo leyendo el Evangelio. Es su vida lo que ahí está recogido y el camino sólo consiste en imitarla. Haz las paces con Él con una buena confesión, nadie se merece que estemos a mal con él… mucho menos Él. Pídele humildemente y con sencillez que aumente tu fe. Júntate con personas que sabes que son sus amigos, porque los amigos hablan de sus amigos y podrán aportarte mucho. Trátalo cada día un poquito más que el anterior, ponte pequeñas metas que te hagan avanzar lento pero confiado. Déjate formar, deja que te hablen de Él los que más lo conocen, aunque sea gente con grandes defectos como tú y como yo, porque aunque te creas que ya lo sabes todo es muy probable que no tengas ni idea de la mitad de la mitad. No te conformes con ir tirando… ten siempre presente que lo que no crece, mengua. Ten todos los días un pequeño detalle con Él, empieza a tener presencia de Dios porque Él está siempre en todo y en todos. No sé, se me ocurren muchísimos más trucos… pero lo mejor es sin duda que lo trates y lo quieras como a tu mejor amigo, y a raíz de eso verás como todo lo demás sale solo.

Yo sólo digo que merece la pena, y os lo digo muy en serio.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s