6 de enero, 10 de la mañana aproximadamente. Aún con el disgusto de haber encontrado el haba en el tradicional roscón, toca estudiar como he venido haciendo durante la Navidad. Concretamente Argumentación Jurídica, una de las últimas optativas que necesito para obtener el título de derecho, ese que dicen que no sirve para nada (no será para tanto, seguro que estos años han merecido mucho la pena).
Abro por donde toca los apuntes del profesor Salguero, ya vamos llegando al final del temario, tema 6: el razonamiento inconsistente y las falacias en la argumentación; leo: la falacia “ad hominen”. Es un enunciado en negrita que a continuación se desarrolla. Portaminas en mano, ¡vamos al lío! Definición: aquellos malos argumentos que en lugar de refutar las afirmaciones de un adversario intentan descalificarlo personalmente. ¡Interesante! Muy acostumbrados estamos a esto, sigamos leyendo que parece que merece la pena. Hay dos tipos de ataque: directo e indirecto. El primero se dirige al adversario con insultos, poniendo en duda su inteligencia, capacidad, carácter, condición o buena fe. A ello se unen descalificaciones por razones ideológicas, nacionalidad, hábitos de vida, antecedentes, etc. Ahora Salguero expone algunos ejemplos, ¡buenísimos! Ahí van: es ateo, es un anarquista, es del Opus, fue rojo en su juventud.
Y todo esto a Benedicto XVI y Cayo Lara ¿qué? Ellos, como tantos otros, son víctimas de esto que por lo visto se llama falacia “ad hominem”. En los apuntes suelo hacer anotaciones en los márgenes por aquello de, al repasar, tener una visión rápida de lo que cada párrafo dice, así que saco un poco de mina y abro comillas, esto se llama: “el mundo de los prejuicios”. Todos los conocemos, todos los tenemos.
Muchos criticaron la JMJ de agosto, pero no todos se leyeron los discursos del Papa (algunos como Vargas Llosa sí lo hicieron, a pesar de ser ateo dijo en EL PAIS que todos deberíamos alegrarnos del evento porque la religión mientras no tome el poder político no solo es lícita sino indispensable en toda sociedad democrática). Ellos piensan: ¡qué va a decir el Papa! ¡Si es un retrogrado! A Cayo Lara le pasa algo así, sale en TV pero muchos no lo escuchan, solo lo oyen, no sin antes pensar ¡qué más da lo que diga! ¡Es comunista!
Aquí dan igual las razones, pueden ser buenas o malas, pero ni siquiera damos la oportunidad de discutirlas, no las aceptamos porque no, porque nuestros prejuicios no nos dejan. Dice Salguero que así, con este argumento “ad hominem”, los más perezosos e ignorantes pueden medirse con los individuos más ingeniosos y mejor dotados. Triste pero real, descalificar es fácil y gratis, escuchar y dialogar es algo más complejo porque exige un esfuerzo por nuestra parte.
Ojalá en 2012 aprendamos cada día a escuchar, ¡cuánto por aprender de los demás! Y nos dejemos de prejuicios que nos limitan en todos los sentidos.