Hace unos meses un gran amigo cambió de trabajo. Llevaba años acomodado en el anterior y necesitaba un buen cambio de aires así que no sólo cambió de empresa sino también de sector e incluso de ciudad. Le había llegado la hora de, como suele decirse, renovarse o morir en la rutina de su amarquesada vida.
El otro día estuvimos un buen rato hablando y poniéndonos al día. Entre otras muchas cosas, me contó el cómo durante estos meses había redescubierto su forma de tratar a la gente. Tanto en el nuevo curro como en la nueva ciudad había conocido a varias decenas de personas increíbles porque había aprendido a quedarse con lo mejor de cada una de ellas y no, como es típico, a juzgarlas y encasillarlas por las cosas que no hacían como más le gustaba o creía que estarían mejor hechas.
Llevaba mucha razón. ¿Os habéis parado a pensar alguna vez con cuantas personas convivís o simplemente os rodeáis en vuestro día a día? Primeramente están los de la familia: padres, hermanos, mujer, esposo, hijos… Tras ellos los compañeros del trabajo, colegio o universidad: profesores, jefes, clientes, comerciales de las marcas que se trabajan en la empresa. Por último y no menos importantes, los amigos y colegas de toda la vida. A mi me salen muchos si los sumo.
La siguiente pregunta que me hago es: ¿somos capaces de mencionar dos o tres virtudes de cada uno de ellos? Me refiero a dos o tres cosas en las que realmente son buenos, cosas que hacen especialmente bien, con las que disfrutan y a las que se entregan. Si dos o tres son muchas… ¿al menos una de cada uno?
Me decía mi amigo que ahora es en lo que se fija de los demás. Se fija en esa cosa que hace extraordinariamente bien o al menos mejor que él y que es digna de ser copia y añadida a su vida. Me hablaba de la simpatía de aquel que transforma el ambiente en cuanto llega, de la sinceridad del otro del que sabes que siempre te puedes fiar, de la lealtad del que nunca falta a la palabra dada, de la capacidad de trabajo que te incita a aprovechar cada segundo de tu tiempo, de la disponibilidad para atender a los demás cuando requieren tu ayuda o tu mera presencia, del optimismo e ilusión por la vida del que hace que te quieras levantar cada mañana para comerte el mundo, de la forma y recogimiento con la que reza el que ha descubierto que Dios es lo primero, del orden de aquel otro gracias al cual consigue sacar mil cosas adelante, de lo gran deportista que es el de más allá, siempre más preocupado de que los demás disfruten a destacar gracias a sus jugaditas y sus goles… e incluso me hablaba del que, aún sin ser hincha del mejor club del mundo (por supuesto el Atleti), disfrutas viendo como se desvive por sus colores cada vez que juega su equipo.
A veces es difícil hacer esto, aunque no es menos cierto que cualquier cosa que sea digna de ser valorada debe costar. ¿Lo fácil? Quedarse con lo feo y malo de cada uno e incluso darle a la lengua, al raje, a la crítica inconstructiva. Y es que defectos tenemos todos, y ayudarnos a cambiarlos es más increíble aún que sólo copiar lo bueno de los demás. En ello consiste la amistad, en el recibir sin olvidarse de dar, en copiar sin olvidarse de corregir desde la caridad a cuantos nos rodean. Este post, sin embargo, no va sobre la amistad así que ¡otro día trataremos de ello!