Prácticamente desde que llegué a Pamplona, allá por septiembre, empecé a escuchar esa extraña palabra que sonaba más a «fiesta de la primavera» que a peregrinación. Los compañeros, hasta donde recuerdo Yago el que más, decían que en marzo había que ir a «las Javieradas», que era un plan que merecía mucho la pena.
Se veía lejos por aquel entonces, pero el tiempo pasa mucho más rápido de lo que nos damos cuenta y este fin de semana por fin ha llegado el momento. La esperaba con ganas, como un niño pequeño ilusionado la noche de Reyes. Debo confesar que me costó mucho pegar ojo y eso que el plan prometía un buen madrugón, 50 km de frío y nieve para llegar a un sitio perdido en el que escuchar Misa. Sé que para muchos no es nada tentador, no así para mi por el simple hecho de las personas con las que iría.
Efectivamente la alarma sonó a las 3:56 am, a las 4:15 estábamos Javi, Iñigo y yo desayunando y a las 5:00 en Bidasoa donde habíamos quedado con Juan, Jorge, Nico y algunos más para salir. Por temprano que fuera, el ánimo y las ganas no nos faltaban a ninguno y así, en mitad de la oscura noche comenzamos la caminata. Entre anécdotas varias, próximos al amanecer, Nico propuso rezar el Rosario de la Aurora, cosa a la que todos nos animamos y así, con él, vimos los primeros rayos de sol.
Tiempo no faltó después para ponerse a llover, lluvia que se convirtió en una buena nevada hasta que alcanzamos el punto más alto del puerto donde aprovechamos para reponer fuerzas en un pequeño puesto de bocadillos de chistorra, migas y vino. Era momento, además, de enfundarse en el chubasquero que habíamos comprado la tarde anterior. ¡+1 para Iñigo!
Sin darnos cuenta, al reemprender la caminata los pequeños grupos se dividieron. Nico marchó con otros compañeros; Jorge, Javi y yo partimos delante a buen ritmo y Juan e Iñigo nos seguían hasta que al mirar para atrás ya no estaban. Poco después el grueso de Bidasoa apareció como de la nada y Jorge hizo más piña con ellos. Nos quedamos Javi y yo al empezar el leve descenso mientras la nieve nos seguía acompañando. Íbamos hablando de todo un poco y seguramente por ello se me pasó tan rápido ese tramo y casi ni pude apreciar lo increíblemente blanco que ya se había puesto todo el monte. En verdad me da igual, para ver paisajes hay fotos en Google, para hablar y reir con los amigos las ocasiones no son tan fáciles de encontrar en lo ajetreado del día a día.
Casi llegando a Sanguesa el cansancio empezó a notarse. Una vez allí coincidimos con Lluis y nos tiramos en el césped a descansar y comer algo. Craso error, el arranque fue casi inhumano! Aun así sólo quedaban 8 km para coronar el Castillo, el sol empezaba a salir y agarrando fuerte el rosario, como si de la mano de la Virgen fuera, y convencido de que ese plus de cansancio haría más agradable a Dios la caminata, en a penas 1h y poco allí estábamos, ante la gran fortaleza engalanada para recibir a todos y cada uno de los más de 100.000 peregrinos que salvando todos los obstáculos iban llegando.
Al final, y como siempre pasa en estas cosas, al llegar a la meta te reafirmas en que merece la pena y en que los recuerdos para el futuro serán los de lo bonito de la experiencia, la autosuperación, las buenas risas y conversaciones con tus amigos: la amistad que es lo que mas cuenta, e incluso hasta de haber aprendido a comer chocolate de una forma distinta 🙂
El cardenal Fernando Sebastián presidió la Misa a la que asistieron otros amigos del Colegio como Abel, Joan y Yago que se desplazaron hasta allí con la «excusa» de recogernos. Acabada la cual, volvimos de regreso a Albaizar y aunque completamente agotados y con alguna que otra ampolla yo, si Dios quiere, el año que viene repito en bici y con la tienda de campaña porque sinceramente me lo he pasado increíble y he cargado las pilas a full!
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Lo que no se suele decir 