Eres la nota que sacas


Estoy harta. Y no tengo tiempo ni para contaros lo harta que estoy porque tengo que seguir estudiando. Pero estoy harta. Y sé que tú también. Cómo no estarlo. Si hemos pasado de ser personas con sueños a simples números. 3, 4, 4, 5, 6, 7, 7, 8, 9,… ¡Anda! Un 10. Y resulta que nuestra valía depende de eso, de un número. Aprobado o suspenso, apto o no apto, calificaciones, créditos superados, B1, B2, C1…

Lo peor de todo es que han conseguido que nos lo creamos. Y cómo no nos lo vamos a creer, si llevamos cargando con estas etiquetas desde que nacimos. Eres la nota que sacas. Eres las horas que estudias. Eres los subrayadores que gastas. Y no se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta, de que a veces quien sabe menos saca mejor nota. Y quien más lejos podía llegar, se queda a mitad de camino porque “no vale para esto” o “no le llega la nota”.

Que el trabajo de meses no se puede medir en una hora. Que somos más que nuestra capacidad de memorizar un manual. Que el absentismo no se soluciona con un parte de firmas sino con profesores que amen su trabajo y nos levanten del pupitre para aplicar conceptos, experimentar situaciones reales, explorar nuestras capacidades y participar en una educación en la que somos protagonistas y con la que deberíamos disfrutar más de lo que nos agobiamos, incluso divertirnos (¿o nadie se acuerda de lo que significa vocación?). Y cuando damos con uno de ellos, nos sorprendemos. “Qué buen profesor”. Y los recordamos para siempre, como si fueran excepciones de una regla que creemos inmutable.

Y a nadie le salta la alarma. Nos hacemos los locos. Nos suena el despertador y volvemos a preparar la mochila. Y vamos a clases que no nos aportan nada. Nos estudiamos 15 temas deprisa y corriendo en lugar de 6 entendiéndolos bien. Hacemos trabajos que acaban en papeleras. Estudiamos cosas de relleno que nunca nos serán útiles. Y leemos lo mismo en siete asignaturas diferentes porque a nadie se le ocurre que deberían coordinarse entre sí. Y nos conformamos con que la parte práctica de una asignatura consista en leer un texto y responder a unas preguntas. Y nos aprendemos de memoria el tema y lo vomitamos en el examen para no recordarlo nunca más.

Pero, de vez en cuando, alguien saca el tema y resulta que a todos nos indigna por igual. Pero no hacemos nada. Nos consolamos entre nosotros. “Tío, qué agobiado estoy”. “Venga, que ya sólo queda un año”. “El cuatrimestre que viene será mejor”. Y qué poco escuchamos un “¡Cuánto he aprendido hoy!” o un “Ya estamos un poquito más cerca del objetivo”.

No sé cómo de formados vamos a salir de nuestras carreras, pero si algo nos han enseñado es a conformarnos. A conformarnos con un sistema educativo que nos quita las ganas de soñar. Que pone el acento en el aprobar y no en el aprender. Un sistema que nos limita en lugar de hacernos crecer. Que nos obliga a competir con nuestros propios amigos. Que nos etiqueta con números que dicen reflejar lo lejos que podemos llegar en la vida y que, en realidad, reflejan la capacidad que tenemos de someternos. Y no tiene en cuenta las capacidades que nos hacen únicos. Ni evalúa un millón de habilidades que también tenemos y que serán muy valiosas en nuestra carrera laboral. Que nos agota hasta el punto de hacernos llorar y replanteárnoslo todo. ¿Merece la pena? ¿Valgo para esto? ¿Realmente llegaré a cumplir mi sueño? ¿Trabajaré en algo que me haga feliz? ¿Voy a ser capaz? Respondas lo que respondas, tienes razón.

Así que no dejes que ganen ellos. Rescata lo bueno del sistema y blíndate para seguir. No te rindas porque hoy estás más cerca de lo que nunca has estado. Y no te creas todas esas patrañas, que si eres un número es el número de veces que te levantas y el número de veces que sonríes recordando por qué empezaste. Y si existe un número, uno sólo en el mundo que pueda limitarte, es el número de veces que sueñas lo lejos que puedes llegar en esta vida. Subráyalo. Y ojalá que no lo olvides nunca.

Pilar Guerrero Quesada
https://www.facebook.com/pguerreroserrano/posts/1576057269144017

Deja un comentario