Vale la pena nuestro sí


La Eucaristía es el Misterio de los Misterios de nuestra fe. Nosotros tocamos los jueves, tenemos la gracia de tocar este Misterio que es el fundamento del cual la Iglesia vive. La Iglesia vive de la Eucaristía. Todos los jueves son días de particular alegría para nuestro corazón porque fue justo en Jueves cuando el Señor nos dejó los dos tesoros más grandes que ha dejado a su Iglesia: el tesoro de la Eucaristía y del sacerdocio. Dos tesoros que no pueden ser contemplados separadamente.

La Eucaristía, la presencia real del Señor hasta todos los días, hasta que venga en su venida Gloriosa. Y el sacerdocio, sin el cual no existe Eucaristía. Quiso el Señor confiar tan grande misterio a sus hombres, tan frágiles como nosotros los somos.

Nos hablaba de ello el Papa Juan Pablo II, en la carta que nos manda a los sacerdotes el Jueves Santo, concretamente la del año 2000 en el año jubilar desde el Cenáculo de Jerusalén. Y decía allí el Papa que en aquella noche, en el cenáculo, el Señor mirando a sus apóstoles miró en ellos a todos los sacerdotes que vendrían a lo largo de los siglos.

A nosotros sacerdotes, a los que tocan la vocación sacerdotal, podemos decir que en aquella noche, en el Cenáculo, el Señor nos ha mirado. Miraba a Pedro, a Juan, a Santiago y también a Judas. Ha visto a todos los sacerdotes que vendrían a lo largo de los siglos. Sí. El señor ha llamado a esos hombres, débiles, seguramente no los mejores de su tiempo. Cuantos más sabios, cuantos más virtuosos… pero el Señor quiso precisamente a ellos.

¿Por qué a ellos? Porque Él así lo quiso. A veces confrontando nuestra vida con la vocación sacerdotal, seguramente podemos pensar que no tenemos tan gran vocación porque nos sentimos tan pequeños, tan débiles delante de tan gran Misterio. Y es bueno que miremos a cualquiera de estos hombres, y nos acordemos de lo que dice San Marcos en el capítulo 13 de su Evangelio: el Señor llamó a los que Él quiso. ¿Cuál es la motivación por la que el Señor ha elegido a estos y no a otros? ¿A mi y no a otros? Mis compañeros, seguramente más virtuosos, más sabios, más listos… Pero, ¿por qué a mi Señor? La respuesta no es otra que: porque yo así lo quise.

El Señor sigue llamando hombres débiles, y nosotros nos debemos preguntar, aquí delante del mismo Señor, por qué el Señor nos está llamando a nosotros, a este misterio tan grande. Y nos llama sin hacer grandes señales, grandes milagros, como pasó también en la vida de aquellos hombres. Y a ellos los llamó y dejaron todo y lo siguieron. No hace falta que haya grandes señales ni grandes milagros en nuestras vidas. El Señor pasa en la vida ordinaria de cada uno, como pasó en la vida de aquellos. Y ellos van. Y sin duda alguna, a partir de aquel momento descubrieron por qué están en esta vida.

Descubrir nuestra vocación, cuál es nuestra vocación, es descubrir la razón más honda de nuestra existencia. Y no hay nadie más feliz en esta tierra sino aquel que ha descubierto su vocación y aquel que la sigue. No existe nada más importante para nosotros que descubrir nuestra llamada. Confirmarlo y seguir esta llamada. Preguntar al Señor una y otra vez: ¿qué quieres de mi, Señor?. ¿Por qué me pusiste en esta tierra? Y cuando descubrimos nuestra vocación entendemos todo a la luz de nuestra llamada. Todo adquiere un sentido sobrenatural. Entendemos toda nuestra historia a la luz de nuestra llamada. Y todo tiene sentido, y a todo lo recubre un gran brillo.

Esta vocación empieza a realizarse ya hoy. Si el Señor nos llama a la vocación sacerdotal es necesario que la vivamos desde hoy. No proyectar nuestra felicidad, nuestra realización en un futuro que a lo mejor no llegará. Pero sabed que si el Señor me llama al sacerdocio, es necesario que yo viva ya, desde hoy, este espíritu sacerdotal. Que yo sepa sacerdotizar mi existencia. Y ello significa entregar todo en sus manos. Y saber que ahí ya empiezo a colaborar con Dios en la redención de la humanidad haciendo cosas pequeñas.

Pensad, y espero no decir ninguna herejía, que posiblemente Judas también ha sido sacerdote. ¿Qué ha pasado con él? Judas no ha traicionado al Señor de un día para otro sin más. Judas, si vamos acompañando su existencia, poco a poco el Evangelio nos va enseñando quien es el ladrón. Posiblemente iba acumulando varios defectos hasta que por fin traiciona al Señor, y ha terminado como sabemos. Nadie se hace Judas sin más. Los grandes Judas de esta vida se hacen con traiciones diarias. Pequeños no que vamos diciendo al Señor con nuestra falta de generosidad, con nuestra pereza… así vamos empezando a dibujar las grandes traiciones. Pero en positivo también, los grandes santos se hacen por medio de las cosas pequeñas. Con la realización, con fidelidad, de las cosas pequeñas de cada día.

Y la pregunta es: ¿Señor, yo sería fiel si fuera sacerdote? Porque miro hoy mis defectos, miro como soy malo y me da miedo ser sacerdote, porque creo que no seré fiel mañana.

Lo que nos pide el Señor es que seamos fieles hoy. Y de hoy en hoy vamos construyendo nuestra fidelidad. Lo que nos pide el Señor no es nada absurdo, nada que esté lejos de nuestro alcance, sino que seamos fieles hoy, con lo que el Señor nos pone en las manos. Cada uno aquí sabe cuales son nuestras obligaciones y deberes. Pueden parecernos pocas y pobres, pero así se construyen las grandes obras de Dios. Si nosotros nos ponemos en sus manos, con fidelidad, dentro de nuestra limitación… el Señor hará cosas grandes a través de nosotros.

Si somos, dice santa Catalina de Siena, si somos lo que Dios quiere que seamos, prenderemos fuego en el mundo. Si somos fieles hoy, el Señor nos preparará grandes cosas en el regreso. Y pensemos, ¿cuánta gente que conocemos, cuánta gente que ni siquiera pensamos en conocer, cuánta gente que ni siquiera ha nacido, que dependerá en el futuro de nuestro sí que damos al Señor hoy? ¿Cuánta gente será bautizada y será injertada en la vida divina? ¿Cuánta gente asumirá sus vocaciones delante de Dios? ¿Cuánta gente va a descubrir de nuevo el sentido de sus vidas a través de nuestra vocación si somos generosos con el Señor? De tu sí, de mi sí diario que damos al Señor, este sí que aparentemente no tiene ninguna transcendencia, de esos pequeños síes que damos al Señor cada día dependen muchas cosas grandes.

Pensemos en ello y seamos generosos para decir al Señor que sí, que le queremos seguir a pesar de lo miserables que somos, a pesar de lo pequeños que somos. Si él nos ha llamado ¿quién somos nosotros para discutir con el Señor y decirle que no tiene razón? Él nos llama porque quiere y ya está. Y este es el argumento más grande: el Señor llama a quien quiere. Y si nos quiso a nosotros, qué bien. Qué agradecidos estamos, Señor. Y a pesar de todo, de toda nuestra debilidad: queremos serte fieles. Pedimos tu ayuda para que con el peso de nuestros pecados, de nuestras debilidades… nosotros podamos decir que sí a ti y a tu Gracia que nos llama a seguirte como un día llamó a los apóstoles y a través de ellos edificaste tu Iglesia.

Qué la Virgen María, la Madre de los sacerdotes interceda por cada uno de nosotros. Ella tiene una gran predilección a sus hijos sacerdotes en quien Ella mira a su propio Jesucristo. Qué nosotros no tengamos miedo de decir sí al Señor. Vale la pena. Vale mucho la pena y mucha gente espera que nosotros digamos este sí que el Señor espera de nosotros.

Plática transcrita de la pronunciada por D. Demetrio el 8/oct/15

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